Del maquinista, y de su Deseo

“Las lágrimas de emoción de sus amigos, testigos incrédulos de todo, no tenían comparación con las de Guille. Se abrazó a Camino, se puso una camiseta de la Fundación Pequeño Deseo, y fue el niño más feliz del mundo. Con cuarenta kilos, sarcoma de Ewing, sin pelo, secuelas de radio, quimio y todo lo demás era el niño más feliz del mundo”. ¿A qué hora llega papá? Juan Rico Ordás. Hoy solo voy a contar una aventura. La historia de un Deseo.A mi pequeño eremita, como a cualquier niño, le gustaban muchas cosas. Pero una empezó muy pronto a ocupar la mayor parte de su tiempo y de sus anhelos: los trenes. Podrían haber sido los libros, ya que estamos. O los animales. Vivir al lado de un apeadero de Renfe y Feve puede crear gustos muy concretos, pero no creo que sea capaz de mantenerlos en el tiempo y…

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Una nueva aventura

Cuando de pequeños nos dicen que  vamos a vivir una “gran aventura” nos imaginamos viajes intrépidos por el mundo, sorteando adversidades y enemigos, probablemente vestidos de pirata o de aventurero al estilo Indiana Jones o de periodista a lo Rita Reporter. Pero resulta que un día descubres que las mayores aventuras, muchas veces, se viven de puertas para adentro. En nuestro interior, o a través de alguien que se ha gestado en tu interior. De repente el mundo cambia por completo, se da la vuelta y el orden de prioridades cambia radicalmente. Y esa aventura, que aparecía en tu imaginación veloz y dinámica, de repente se presenta a cámara lenta, con música suave. Tranquila y discreta en su revolución, pero devastadora. La mejor aventura que podías haber imaginado.

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Qué descansada senda…

… la del viajero. Toda rutina pesa, incluso aquella que es acogida con pasión. Quizá esa agota aún más. De repente todas las ideas se amontonan, pujando por salir primero. Si no nos cuidamos, podemos quedarnos en un punto donde no nos movamos, con ese hormigueo raro en los pies. Por eso a veces es necesario dejar esas ideas en un sitio, calzarse las sandalias y el sayo más viejo, coger la Meditatio -por supuesto- y echarse a los caminos buscando que la mirada repose en el infinito.

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Hoy, no es difícil verlo

Aunque procuro alternar mis entradas entre las diferentes temáticas de este blog y ahora sin duda tocaba algo sobre restauración documental, voy a hacer una excepción. Buscando información entre mis fotografías encontré las que os muestro. Fueron tomadas en Pamplona hace aproximadamente un año, durante una ruta que hicimos hasta Barcelona.

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El peligro de asomar detrás de tu puerta

A todos nos gustan las citas. Creo. Nos inspiran, nos motivan. Las colocamos en el principio de nuestros libros, en nuestros diarios… Yo tenía mi carpeta -y la mesa- del instituto llena de citas, poemas, etc., y por supuesto no era algo original. En esa edad estamos casi ansiosos de referencias, de inspiración. Con suerte, esa sed no se nos va a quitar nunca y seguiremos bebiendo de las palabras como si de agua fresca se tratase.

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¿Dónde guardas tu vida?

Las personas (las maravillosas personas) que han apostado por mi trabajo para guardar su vida lo han hacen por diversas razones. Lo sé. Muchas se declaran coleccionistas de cuadernos. Otras, apasionadas de la encuadernación, ven los libros como objeto de deseo y de arte. Algunas, quizás las más, son personas creativas que necesitan volcar sus ideas en un espacio que haya pasado previamente por un proceso creativo, que sea inmediato, y que no tengan que esperar “a que se encienda” (ese mismo espacio digital, magnífico y práctico, pero que también está, a veces, “demasiadas” horas con ellas). Las hojas del libro, su olor, su tacto, son un espacio cálido y conocido, atemporal; un punto de desconexión con su trabajo diario. Esos cuadernos están llenos de bocetos de todo tipo, de ideas sueltas, de pensamientos fugaces. Me gusta imaginármelos así, parecido al mío…

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