¿Jugamos con papel?

Mirando por mi ventana ahora mismo no lo parece, pero ya está aquí el verano. Creo que no habrá nadie a quien no le apetezca desconectar unos días, olvidarse quizá de la rutina y abordar otras actividades diferentes: viajar, por ejemplo. O simplemente disfrutar del hecho de “no hacer nada”. Otros, en cambio, buscarán la manera de cambiar de actividad. Esas manos inquietas que llevan demasiado tiempo en un teclado de ordenador y necesitan “tocar” algo que no sea frío material plástico. Muchos tendrán niños y aprovecharán para hacer cosas juntos. Jugar. Con la materia, con las manos, con los pies. Muy buena idea. Buenísima. ¿Qué os parece si empezamos?

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Fin…

Una de las verdades más verdaderas es que cualquier profesional descansa tras la entrega de un proyecto. En él, por breve que sea, suele poner almacorazónyvida, que diría el cancionero. Hoy quiero compartir con vosotros la entrega de un proyecto de cinco meses. Cinco meses por cinco libros. Por supuesto en este tiempo no estuve todos los días y durante las ocho horas (…¿he dicho ocho?…) encima de esos libros. En absoluto. Si fuese así, ningún proyecto tendría sentido… Era, simplemente, el plazo de entrega que propuse. La razón principal: entre procesos hay momentos de espera en los cuales el papel debe reposar y el libro dormir (eso y la existencia de otros trabajos pendientes, imprevistos, posibles errores en el proceso, retrasos en la entrega del material, así como el hecho definitivo de que soy sólo un ser humano). Mejor no pillarse las manos en este sentido…

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A Sarai

Pensar en un regalo para alguien querido no es fácil. Casi siempre. Por eso cuando piensan en mí para algo así, la responsabilidad es doble: por empatía y por dedicación para cumplir con los deseos de la persona que me lo pide. Se habla, se elige, se recomienda, se aconseja, y se toma una decisión. A veces para no pensar más en ello y otras veces, porque: “sí, esa es”. Llamadlo corazonada. Suele ser la clave en las decisiones importantes.

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La primera piedra y la urna del tiempo (II): alisado, alisado, alisado…

Yo no sé si os sucederá a vosotros, pero a mí la conjunción de gripe, dolor de cabeza y sueño me suele derivar en un ataque de nostalgia. Eso de acordarme de cosas pasadas. Así que, Paracemol e infusión calentita mediante (con miel de Outurelos por supuesto), voy a pasar a continuar el post anterior y recordar cómo fue el proceso de restauración del contenido de la urna. Lo primero que sentí fue el ligero cosquilleo del miedo erizándome los pelillos de la nuca. Porque iba a tener comigo nada menos que tres ejemplares de prensa tamaño sábana. Abiertos, medían aproximadamente 89 x 61 cm…

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La primera piedra y la urna del tiempo

Hoy os voy a contar una historia. No la protagonizó Tintín, ni Rita Reporter* (*cuesta hasta encontrarla en Google, increíble)… sino una serie de personajes anónimos que -prensa mediante- han dejado de serlo. Hace algunos años (sí, años), cuando se decidió demoler la Antigua Escuela Superior de Trabajo, se halló bajo la primera piedra de la misma nada menos que una “urna del tiempo”: una arqueta de metal que contenía un recipiente de vidrio con una serie de testimonios documentales de la época de construcción de la misma (1935). Una especie de cículo del tiempo cerrado, donde las esperanzas depositadas en una insitución “para el pueblo” se tocaban con la finalización de las mismas. Casi una paradoja en estos tiempos que nos tocan.

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El arte de la persuasión y los milagros.

Uno de los encargos que tengo actualmente es una serie de periódicos de 1935. Es de estas restauraciones en las cuales, mientras realizas un injerto (es decir: colocas una pieza de papel nueva en el lugar donde había un vacío), o reaprestas el papel (es decir, lo dotas de mayor consistencia para su manipulación a través de un nuevo encolado en húmedo, todo ello con materiales de restauración), no puedes evitar girar la vista y ponerte a leer la actualidad del “día” en esa fecha.

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¿Y si no lo restauramos..?

Hace días que mantengo un silencio preocupante tanto en las entradas de mis dos blogs como en la página de Facebook: la justificación es que, en este oficio, los tiempos y los plazos mandan, y a veces es necesario ralentizar otra actividad dentro del trabajo… Pero no puede ser. No me gusta ver el último post en fechas tan lejanas 🙂 Quería compartir con vosotros algunas de las imágenes de varios expedientes documentales de 1797, en cuyo proceso de restauración he estado ocupada estos días, y que presentaban uno de los ataques fúngicos más virulentos que he visto. El estado de este conjunto de expedientes era tan lamentable que incluso procedía plantearse la necesidad real de su restauración. Es decir: ¿hasta que punto interesa invertir tiempo y dinero en una documentación donde el contenido prácticamente se ha perdido?

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La pátina del tiempo

El post anterior trataba sobre unos pequeños inquilinos que suelen reconocerse a simple vista por esos fascinantes colores que dejan a su paso en aquellos materiales orgánicos que entran en su menú. Quizá, la continuación más natural es comentar la variedad de manchas que podemos encontrar en nuestros libros y documentos. Hay un término que en conservación y restauración de documento gráfico se utiliza muchísimo: suciedad superficial. Su significado es obvio, ¿verdad? Lo habitual es que cualquier documento que tengamos en casa tenga esa “suciedad superficial”, porque las partículas de polvo y de contaminación existentes en el aire se depositan tanto en nuestro cuerpo como en nuestros libros. Son esas mismas que ven las personas que utilizan o hayan utilizado alguna vez un algodón impregnado en tónico facial.

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HONGOS, BACTERIAS… ¿invisibles?

Hoy toca uno de mis temas favoritos… que necesariamente he de abordar de forma breve, y por tanto limitada. Es sólo un acercamiento a este microscópico mundo, silencioso e importantísimo para la conservación de nuestro patrimonio. Quizá conviene introducirlo -aunque parezca fuera de lugar- reclamando que en la educación se eliminen los compartimentos estancos de formación, y también que desde los primeros años se estimule el aspecto más práctico de las enseñanzas científicas. Siempre me sentí muy atraída por las asignaturas de humanidades, pero cuando llegué a Restauración de Bienes Culturales y tuve que amoldarme a unos estudios eminentemente interdisciplinares, me di cuenta hasta qué punto mi camino quedó sellado -y en lo que respecta a los conocimientos deliberadamente empobrecido-, cuando en un momento de mi trayectoria educativa tuve que elegir entre “letras” o “ciencias puras”.

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