Una de las verdades más verdaderas es que cualquier profesional descansa tras la entrega de un proyecto. En él, por breve que sea, suele poner almacorazónyvida, que diría el cancionero. Hoy quiero compartir con vosotros la entrega de un proyecto de cinco meses. Cinco meses por cinco libros.
Por supuesto en este tiempo no estuve todos los días y durante las ocho horas (…¿he dicho ocho?…) encima de esos libros. En absoluto. Si fuese así, ningún proyecto tendría sentido… Era, simplemente, el plazo de entrega que propuse. La razón principal: entre procesos hay momentos de espera en los cuales el papel debe reposar y el libro dormir (eso y la existencia de otros trabajos pendientes, imprevistos, posibles errores en el proceso, retrasos en la entrega del material, así como el hecho definitivo de que soy sólo un ser humano). Mejor no pillarse las manos en este sentido…
Al ser una serie de libros con unas degradaciones similares el mayor tiempo de trabajo fue ocupado por el primer volumen. Porque sí, durante la primera toma de contacto para realizar el informe preliminar sacamos muchas conclusiones, pero algunas se nos desmontan cuando miramos la obra con calma en nuestro estudio, y sobre todo cuando realizamos los análisis previos y procedemos al desmontaje, en el caso que nos ocupa.
Durante el desmontaje me llevé la desagradable sorpresa de que ya no existían los cuadernillos que debían existir en un libro de actas, como os conté en esta entrada. Supongo que algunos pensaréis que lo tenía que haber visto antes a poco que me fijase en el lomo. Cierto. Llamadlo sugestión momentánea a fuerza de ver libros de actas con todos sus cuadernillos.
La peculiaridad de este trabajo radicaba en la necesidad de centrarse en la degradación por hongos, frenarla, tratarla y consolidarla. Una hoja, otra, otra, y otra. Hacer pruebas sobre el papel. Valorar las posibilidades de limpieza y alisado con el libro semidesmontado. Dar con el método y volver a revisarlo en los siguientes volúmenes debido a las diferentes tensiones del papel humedecido. En el proceso, el rey disolvente -debido a la solubilidad de las tintas en agua- fue el alcohol: de ese modo también se contribuye a la desinfección del soporte.

Así que procedí a aplicar tanto el disolvente como el apresto (metil en solución hidroalcohólica) individualmente en cada hoja semidesmontada entre reemays, secantes y pletinas metálicas, aplicando peso al final como si de unas guardas se tratase. ¿Problema? Solventar las tensiones en el alisado.
Todo ello nos lleva a reconstruir el lomo perdido, convertido en puré por obra y gracia de nuestros microamigos. Un segundo inconveniente de un tratamiento tan local, la deformación del lomo: una ligera diferencia de grosor en la zona reintegrada, ya de por sí deformada por la humedad.
La última fase de recuperación de cada cuerpo, cortar con cuidado cada una de las hojas devolviendo a su ser el corte perdido. (Recomendación para compañeros navegantes que no lo sepan: hasta ahora yo sólo utilizaba la pletina para cortar japonés, y se hace mucho mejor con un secante debajo -además de que conservamos mejor el filo-).
Ya se ve el resultado… ¡al fin!

Ahora solamente queda dotar a los volúmenes -esta vez sí- de una resistente y duradera encuadernación de archivo que sustituyese al cartón gris y al guaflex-tela de los anteriores.
El guaflex. Reconozco las virtudes del guaflex (precio y resistencia) pero no me gusta. Y no me gusta especialmente para las encuadernaciones de archivo existiendo la tela Buckram, por ejemplo, tan fuerte, neutra y para mí estéticamente intachable en su sobrio brillo. Pero tampoco me gusta para estas encuadernaciones, por supuesto, el cartón gris ni las guardas y refuerzos ácidos. Es más: si hoy ya hay conciencia en los talleres de enmarcación sobre usar bases de cartón con un buen pH, en este tipo de encuadernaciones que protegen la información de todos los ciudadanos ya no hay excusa. Como tampoco debería de haberla para dotar al libro de un ligero estuche de protección que lo proteja de los depósitos de polvo.
Todo esto expliqué hasta aburrir a quien quiso oírme. Puedo ser realmente pesada si me lo propongo. Pero es que realmente me preocupa que exista una conciencia en este sentido. Y, sin conocimiento, no puede haber conciencia.
Además, todo ello quedó recogido en un informe. Esa es, y no otra, la seña principal de un conservador-restaurador. Por breve que sea, debe existir un informe técnico que deje constancia del proceso y de los materiales utilizados y sobre todo, unas indicaciones para conservar la obra adecuadamente.
En esos informes adjuntamos las imágenes de antes y después del tratamiento y al menos para mí es el momento estrella del proceso. El momento en el que realmente vemos el trabajo realizado. Como cualquier profesional el hecho de estar tantas horas encima de algo, centrándote en el ahora, implica olvidar el estado previo. Cuando la fotografía tomada al llegar al taller se pone al lado de la foto tomada en el día de la entrega en la pantalla del Photoshop, lo normal es que se nos dibuje una sonrisa (si no, mal asunto). Sabemos que lo que hacemos va más allá de la imagen y que lo malo de la restauración (y aún más de la conservación) es que muchas cosas que se hacen no se aprecian a simple vista, pero aún así suele ser satisfactorio. Y aquí sin duda hablo por mí y por todos mis compañeros: ese momento de pelillos de punta no tiene precio.

Finito. Finiquitado. Cést fini. ¿Verá el cliente lo que yo? Claro que sí. Ahí está nuestro informe para enseñárselo punto por punto.
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Increíble el cambio entre el antes y el después…No puedo siquiera hacerme la idea de lo meticuloso que hay que ser para realizar tu trabajo. Eso sí, en el paso a paso y sobre todo en resultado final se nota la dedicación, porque no creo que un trabajo así se pueda realizar sin ésa virtud.
Enhorabuena!
Muchísimas gracias, Paula. Sí, a veces hay que tener más paciencia que el santo Job… pero como en muchos otros trabajos y en las vicisitudes de la vida diaria, ¿verdad?. Lo bueno que tienen los libros es que son muy agradecidos, como se puede ver 😉
Hola Raquel ya echaba de menos alguna entrada tuya, un trabajo excelente. En cuanto a la encuadernación ¿ no te gusta la holandesa en piel? a ese tipo de libros le va muy bien y despues de ese trabajazo interior que menos que un lomito en piel bien convinado en los planos.
Imagino que como casi siempre el cliente es el que manda… ¿no?
Saludos.
Hola Fernando, muchísimas gracias de nuevo por estar ahí.
Pues sí, realmente me encanta y además creo también que el lomo en piel contribuye a dotar de más resistencia al libro en la zona de los cajos… si bien por el “guillotinazo” que sufrió el uso va a estar necesariamente restringido.
Peeero se dan dos factores. El primero y más importante, que no conservaba la encuadernación original no como en el caso de este libro de actas que puedes ver en el apartado “Restauración” y cuya encuadernación estaba completamente perdida: http://elcodicedeleremita.files.wordpress.com/2011/03/foto-final-nc2ba-39-con-letras-copia.jpg?w=105&h=150
En el cual “recreé” la holandesa original esta vez con el lomo en piel, como algunos de sus compañeros en el archivo. En el caso que nos ocupa no era necesario que evocara alguna encuadernación anterior.
Y el segundo y no menos importante -por no decir definitorio- la limitación extrema del presupuesto 😉 Así que me decanté por una funcional a plena tela. La verdad es que la Buckram es tan agradecida, especialmente en ese color, que a mí me gusta hasta estéticamente, sobria y de tacto agradable.
(Tal cual como si fuese una decoración barroca en chagrín y plena de de hierros la veo yo, cuando se llega a este punto… 😉
Enhorabuena por la restauración, te ha quedado fantástica. Estoy de acuerdo de que la tela Buckram es muy agradecida y queda elegante.
Un saludo;) Encuadernalia
Muchas gracias por leer y comentar, María 🙂 Un saludo.
Es muy interesante!!!
Me encanta poder ver el proceso de una restauración de tan compleja.
Impresionante!!!
¡Muchas gracias Cristina!
Me fascina Raquel. No sé nada sobre restauración de documentos, pero me encanta colarme en este mundo a través de tu blog.
El antes y el después lo dice todo.
Siempre he sentido una atracción inexplicable por lo antiguo, así que aquí me siento la mar de bien 🙂
Un beso
Ah! Retomando una entrada tuya de hace tiempo, estoy leyendo El tiempo entre costuras. Qué caña! Creo que va a estar entre mis Top Ten
¡Bienvenida de nuevo, Delia! eso de que os encontréis a gusto en este espacio es estupendo… 😉 Y sí, recomendadísimo el libro; es de estos que no puedes parar de leer, ¿verdad?
Verdad de la buena 🙂