Dicen que a la vuelta de un descanso conviene abordar en primer lugar las cosas pendientes, y en ello estoy… Por fortuna son aún unas cuantas. Pero una de las que más ilusión me hacía era finalizar la fascinante propuesta de intercambio que felizmente se me sugirió tiempo atrás. Quizá más del que a ambos nos gustaría, pero las buenas cosas requieren tiempo y paciencia.
Luis Carlos Montero Umaña es un magnífico encuadernador que vive sobre la hermosa tierra de San José, en Costa Rica. Nunca he cruzado el Atlántico, ni tampoco he salido de Europa. Quizá por ello ese país, en la información que me llega de él a través de sus fotografías y del aroma del café que mi amigo a tenido a bien enviarme se me antoja fascinante, qué duda cabe.
Un día, buceando por los mares de internet, me encontré su pequeño mundo creativo: su Web y su página de Facebook, que actualiza frecuentemente con sus experiencias y con contenidos suyos y originales, como a mí me gusta. En seguida me hice su entusiasta seguidora y es que yo, por aquel entonces, andaba enfrascada en dar el salto online, empujada por unas premonitorias palabras: “si no estás en internet, no existes”. Como persona eso es indudablemente falso, como profesional debo reconocer que puede llegar a ser dolorosamente cierto.
Luego, cuando aparecí en su órbita ya no sólo como Raquel sino como la Eremita él también se convirtió en seguidor de mi trabajo y, no sólo eso, en un decidido apoyo. Siempre es conmovedor que alguien con ese talento recale en este rincón y opine con esa sinceridad, generosidad y respeto, que participe de forma tan activa. Llega a ser curioso lo de este mundo virtual: indudablemente no nos conocemos y ambos podemos ser el Mr Hyde de uno de sus libros… pero con seguridad somos dos personas de lo más corriente que, eso sí, presumimos de ser un poco frikis. No en vano nos gusta hacer libros casi más que el comer. Eso acarrea otras rarezas, sin duda, pero muy sanas.
Luego llegaron otras colaboraciones: a él le gustaban mis vídeos promocionales, y tuve el honor de colaborar en los suyos, para así recrearme en las bellezas que salían de sus manos. Yo admiraba su vertiente de diseñador, y por ello tengo el honor de mostrar unas tarjetas que llevan su firma y que despiertan envidias. Ahora que, lo que nunca imaginé, es que tendría el honor de disfrutar de uno de sus Codex Medievalis como intercambio de una de mis humildes Meditatio.

Pero algo se interpuso en ese intercambio: el servicio postal. Del primero que hicimos, por el que tuve el placer de degustar por primera vez auténtico café de Costa Rica a lo que le llegó a la vuelta unos Hojaldres Alonso de mi terruño, vía ordinario, no hubo ningún problema. Quizá el intermediario consideró que llevarse comida podía disgustar a los dioses. Pero en el trueque de los libros… ya no tuvo tantos remilgos. Y aquí llega la aventura del Códex y la Meditatio.

La primera Meditatio salió casi a la par que el Códex, pero nunca llegó a su destino. Yo sólo espero que hoy esté disfrutando de una buena vida siendo escrita y paseada por el mundo; me gusta imaginar en mi vanidad que, si desapareció, fue porque recaló en alguien con una fiebre por los libros y no pudo resistirse. Eso es lo que deseo, pero no tengo muchas esperanzas habida cuenta de dónde tenían el pobre Códice Calixtino. A lo malo quizá esté en una estantería de objetos perdidos, junto a los papeles japoneses que llevaba en su interior. Uf.
Mientras esperaba preocupada a que llegase mi Meditatio arrivó, sano y salvo, el sobre-paquetón de Luis desde Costa Rica, conteniendo tesoros inimaginables. Muestras directas de su fascinante tierra en forma de piedras venidas del volcán y de la costa; instrumental en madera de Cocobolo creado por Ticocrafts: un plumín y una plegadera que apetece tocar nada más verlos; papel japonés como parte del intercambio de oficios; un frasquito para contener la tinta y una lámina de caligrafía, café en grano de Costa Rica (¡albricias!) y el maravilloso Codex, que había pasado de ser Medievalis para ser Rachelis.

En la primera página había impreso y dorado la inicial que comienza uno de mis poemas favoritos, de Pedro Salinas, titulado “Confianza”.
No os puedo describir con exactitud el olor cálido del cuero ni su tono. Eso sólo lo podréis saber si llegáis a tener la suerte, como yo, de disfrutar de uno de ellos. En todo caso salta a la vista que es una verdadera obra de arte, única, original… y mía.
Me hubiese gustado mucho que, a la par, él recibiese su Meditatio. No pudo ser. Así que, tras el necesario tiempo de duelo, me puse manos a la obra con su hermana pequeña.
No quería hacerla igual: quería que esto fuese motivación para un nuevo reto, y así fue. Sustituí parte del gofrado de letras por unos filetes y algunos hierros que recordasen las composiciones sencillas de la encuadernación medieval y, esta vez sí, realicé un cosido visto en vez de sobre nervios ceñidos a la piel. También cambió la forma del cierre: más sencillo pero cuidando que fuese original, a modo de carpeta. Y, ahí sí, lo ví. Esta sí que va a llegar.
¿Que a qué corresponde la frase que corona la portada y el interior? Pues a una petición de Luis, gracias a la cual pude recrearme en este sin par e inspirador discurso, que podéis volver a vivir si seguís este enlace.
Mañana -espero- saldrá para allá. Todavía estoy pensando si añadir alguna maldición, al estilo de la que se recrea en El encargo del rey, en el real privilegio que Alfonso entrega a los monjes, pero adaptado. Es decir: Y si alguien pretendiera apropiarse de este códice, que su cuerpo se seque y se colme de enfermedades y que sus siervos y sus propios hijos se vuelvan contra él…
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Es tan bonito lo que escribes como lo que muestras. Gracias por compartir cosas tan bellas
Muchísimas gracias, Marian, de corazón.
¡Uyyy Raquel! ¡Que me has deja’o frio! Con tu redacción, con las imágenes, con ese estílo tan simpático de contar la historia. Hasta ahora he tenido oportunidad de ver tu entrada (maldito servivio de internet del Instituto Costarricense de Electricidad, que nos ha dejado varados todo el día en este cuarto mundo…), y me relamo como gato a la espera impaciente de que se materialize finalmente en mis manos esa genuina obra de arte bello que brota de tus manos.
raquel, gracias por compartir las vivencias, fortuns y desventuras a lo largo del proceso. Ya para cerrar con broche de oro el capítulo, tengo planeado consignarr en sus primeras páginas mis correrías por La Legua de los Naranjo mientras bebo un buen café en la casa de algún amigo por ese mágico lugar.
¡Beso Raquel! ¡¡¡Sos ad-mi-ra-ble!!!
Muchas gracias a ti, Luis, por estar ahí y participar de esta manera tan cálida y cercana. Será un honor para mí que la pequeña Meditatio disfrute de tu bella caligrafía y de tus magníficos dibujos… ¡Espero que llegue pronto!
🙂
Bonita amistad, os sigo a los dos y estoy encantado con vuestras historias y creaciones, Saludos.
Muchas gracias Fernando, por seguir ahí, leer y comentar; un afectuoso saludo.
Enhorabuena a los dos por vuestros trabajos, me han encantado. No conocía el blog de Luis Carlos Montero ahora lo seguiré. Espero que tu Meditatio llegue sin problemas. Saludos.
Muchas gracias María, estoy segura de que así será. Un afectuoso saludo y gracias por seguir ahí.
Qué bonito!, me encanta vuestra historia y vuestro asombroso trabajo. Yo también os sigo a los dos. Saludos
¡Muchas gracias, Áurea, por seguirnos!
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A mí me suele pasar también esto: “…que mi amigo a tenido a bien enviarme…”. El “a tenido” es “ha tenido”, verbo haber + participio. Para que no me ocurra, lo que suelo hacer es pasar el verbo a plural y si aparece “han” pues ya está, el “ha” con h. Aunque alguna vez que otra se me pasa.
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