Hace días que mantengo un silencio preocupante tanto en las entradas de mis dos blogs como en la página de Facebook: la justificación es que, en este oficio, los tiempos y los plazos mandan, y a veces es necesario ralentizar otra actividad dentro del trabajo… Pero no puede ser. No me gusta ver el último post en fechas tan lejanas 🙂
Quería compartir con vosotros algunas de las imágenes de varios expedientes documentales de 1797, en cuyo proceso de restauración he estado ocupada estos días, y que presentaban uno de los ataques fúngicos más virulentos que he visto.

El estado de este conjunto de expedientes era tan lamentable que incluso procedía plantearse la necesidad real de su restauración.
Es decir: ¿hasta que punto interesa invertir tiempo y dinero en una documentación donde el contenido prácticamente se ha perdido?
¿Realmente es imprescindible realizar una restauración “completa” o sólo era preferible invertir en erradicar el ataque tan virulento de los hongos con el fin de evitar su contagio al resto de las obras?
Quizá la pregunta, en este caso, no era procedente, porque la consulta ya no era posible debido a su degradación y por ello la intervención no podía ser “mínima”. Como podéis comprobar en esta fotografía, ni siquiera se podían abrir su páginas porque la conjunción de humedad y ataque fúngico había afectado al apresto del soporte hasta el punto de que no se podían separar por una simple acción mecánica, con ayuda de una espátula. Precisaban de algún tipo de humectación: revertir el proceso.


Otra cosa es que estemos hablando de un ejemplar del que existen réplicas o que no tiene valor ni en forma ni en contenido. Pero no es el caso.
Son documentos únicos, de los que no existen copias, y conservan en su génesis documental tanto los elementos de validación (sellos, firmas…), como incluso lo que en diplomática se denomina taxatio y que verifica lo que costó su expedición: quarenta maravedís. Y qué decir del papel, con sus espléndidas filigranas.

Parte de la grafía ya no es legible, y en muchos de los folios es complejo extraer algo de información válida: pero no soy yo (en principio) la persona interesada en su contenido, sino algún historiador o ciudadano que necesite información de ese expediente. Que, quizá, sólo busque esta firma:
En todo caso, como comenté en el post sobre los hongos y bacterias, es terrible ver la irreversibilidad de un proceso. Nada se puede hacer cuando en el menú de estos micro-amigos han entrado las tintas, quizá sólo como un aliño adicional al rico papel de algodón y al delicioso apresto orgánico. Y sobre todo saber que, de llevarse a cabo una labor responsable de conservación preventiva en los archivos de nuestro país, esto no sucedería y el coste sería mucho menor de lo que implica una restauración. Simplemente con tener nuestros documentos en locales adecuados, atendidos y limpios, con una ventilación idónea (el caso de este archivo en la actualidad), se evitarían muchas pérdidas en nuestro patrimonio documental. Eso, y que tampoco se pondría en riesgo la salud ni de los trabajadores, ni de los usuarios.
Por lo menos, ahora, tocar estas páginas y respirar su mismo oxígeno no supone un peligro…



Madre del amor hermosoooo!! :-))
A lo mejor como venía el Pope a España esperaban algún tipo de iluminación divina…
Da penina comprobar la irreversibildad, en fín!
Gracias, Sonia. La verdad es que ojalá todos los archivos hiciesen un esfuerzo tan grande como el que está realizando el dueño de esta documentación, luchando contra el tiempo y dando un nuevo hogar a estas obras únicas. Por desgracia, lo habitual no es eso, sino verlas en espacios poco adecuados. El problema es que luego se pagan las consecuencias. Supongo que, como en todo, no valoramos lo que tenemos hasta que ya lo hemos perdido. 😉