La primera piedra y la urna del tiempo (II): alisado, alisado, alisado…

Yo no sé si os sucederá a vosotros, pero a mí la conjunción de gripe, dolor de cabeza y sueño me suele derivar en un ataque de nostalgia. Eso de acordarme de cosas pasadas. Así que, Paracemol e infusión calentita mediante (con miel de Outurelos por supuesto), voy a pasar a continuar el post anterior y recordar cómo fue el proceso de restauración del contenido de la urna. Lo primero que sentí fue el ligero cosquilleo del miedo erizándome los pelillos de la nuca. Porque iba a tener comigo nada menos que tres ejemplares de prensa tamaño sábana. Abiertos, medían aproximadamente 89 x 61 cm…

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La pátina del tiempo

El post anterior trataba sobre unos pequeños inquilinos que suelen reconocerse a simple vista por esos fascinantes colores que dejan a su paso en aquellos materiales orgánicos que entran en su menú. Quizá, la continuación más natural es comentar la variedad de manchas que podemos encontrar en nuestros libros y documentos. Hay un término que en conservación y restauración de documento gráfico se utiliza muchísimo: suciedad superficial. Su significado es obvio, ¿verdad? Lo habitual es que cualquier documento que tengamos en casa tenga esa “suciedad superficial”, porque las partículas de polvo y de contaminación existentes en el aire se depositan tanto en nuestro cuerpo como en nuestros libros. Son esas mismas que ven las personas que utilizan o hayan utilizado alguna vez un algodón impregnado en tónico facial.

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HONGOS, BACTERIAS… ¿invisibles?

Hoy toca uno de mis temas favoritos… que necesariamente he de abordar de forma breve, y por tanto limitada. Es sólo un acercamiento a este microscópico mundo, silencioso e importantísimo para la conservación de nuestro patrimonio. Quizá conviene introducirlo -aunque parezca fuera de lugar- reclamando que en la educación se eliminen los compartimentos estancos de formación, y también que desde los primeros años se estimule el aspecto más práctico de las enseñanzas científicas. Siempre me sentí muy atraída por las asignaturas de humanidades, pero cuando llegué a Restauración de Bienes Culturales y tuve que amoldarme a unos estudios eminentemente interdisciplinares, me di cuenta hasta qué punto mi camino quedó sellado -y en lo que respecta a los conocimientos deliberadamente empobrecido-, cuando en un momento de mi trayectoria educativa tuve que elegir entre “letras” o “ciencias puras”.

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Antes, durante, después… y dentro de muchos años

En los próximos días voy a disfrutar de mi familia en mi tierra de nacimiento, León. Estaré en un pequeño pueblo en donde sólo hace un par de años entró el primer autobús de línea que conectaba con la capital… Sí, es cierto; y no se trata de un pueblo de montaña con un complejo acceso, sino a poco más de 10 kilómetros y lindando con la planicie del Páramo. Hasta ese momento los habitantes teníamos que coger el autobús a dos kilómetros del pueblo, un poco “de estrangis”, en la propia carretera general. Los pocos jóvenes que éramos debíamos adaptarnos a ese medio para poder ir a la capital, con lo que sacarse el carnet de conducir y tener un medio de transporte propio era imprescindible para poder seguir estudiando tras el Bachillerato. No había alternativa.

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Restaurar vs. digitalizar… ¿Otros usos, otras costumbres?

Yo no sé si a vosotros os sucederá, pero en mi caso, después de varias horas de trabajo, en el momento justo en que me distraigo y relajo, es cuando surgen las mejores ideas. Y entre ellas, están las entradas de este blog. En un momento de  asueto y deliciosa compañía sucedió un momento disruptivo por parte de alguien que no conocía y que, simplemente, quedó ahí. Es decir: sucedió, supuso un ligero peligro para mi integridad física (difícilmente “restaurable” en este caso)… y acabó ahí. No disculpas corteses. No un reconocimiento de la acción. No un: “vaya despiste” o un mecánico “lo siento”. Nada de eso.

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“Reparar”, “reciclar”… y “restaurar”(I) El celo y la guillotina.

Los seres humanos estamos programados para solucionar nuestros propios problemas (especialmente cuando el montante económico no acompaña demasiado), pero así evolucionamos como especie, y así pudimos comenzar a inventar e innovar. Por eso no es raro que todo el mundo tenga un conocido que sabe hacer “algo”, que es un “manitas” o similar. Y benditos sean, nos sacan de muchos apuros a cambio de un café. Pero también en este caso a veces la distancia entre el profesional y ese hombre o mujer habilidoso/a se diluye cuando éste no es consciente de que no es profesional y cree ser lo que no sabe…

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Esos (casi) imperceptibles detalles…

Esos insignificantes detalles diarios… qué dificil son de apreciar a veces, pero ¿qué sería realmente nuestra vida sin ellos? Ser restaurador, y estar formado para fijarte en los detalles más pequeños de los objetos, te ayuda a ver la vida de una forma distinta, a dar importancia a realidades que muchas veces pasan desapercibidas.

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