El post anterior trataba sobre unos pequeños inquilinos que suelen reconocerse a simple vista por esos fascinantes colores que dejan a su paso en aquellos materiales orgánicos que entran en su menú. Quizá, la continuación más natural es comentar la variedad de manchas que podemos encontrar en nuestros libros y documentos.

Suciedad en el corte del pie de un volumen

Hay un término que en conservación y restauración de documento gráfico se utiliza muchísimo: suciedad superficial. Su significado es obvio, ¿verdad? Lo habitual es que cualquier documento que tengamos en casa tenga esa “suciedad superficial”, porque las partículas de polvo y de contaminación existentes en el aire se depositan tanto en nuestro cuerpo como en nuestros libros. Son esas mismas que ven las personas que utilizan o hayan utilizado alguna vez un algodón impregnado en tónico facial.

Esa acumulación hace que, con los años, los libros desarrollen una pátina similar (que no igual) a la presente en los edificios. Esa pátina no es protectora, en sí misma no especialmente dañina, PERO en potencia es suciedad incrustada. Y ésta ya no es tan fácil de retirar con una limpieza superficial (llamo “fácil” a horas de trabajo sobre el papel o el pergamino, por supuesto… ), sino que precisa de tratamientos con algún tipo de disolvente.

Manchas de humedad con su cerco característico

¿Cuándo esa suciedad superficial se convierte en suciedad incrustada? Fundamentalmente, cuando se conjuga con la humedad ambiental o la producida por algún tipo de accidente que moje el libro. Entonces, esas partículas de suciedad se introducen entre las fibras del papel. Y se forman esas características manchas de humedad en donde hay una parte más clara y alrededor una especie de cerco oscuro, porque las partículas sólidas “migran” junto con el agua, delatando su dirección.
Otras manchas que nos podemos encontrar, por ejemplo, son las producidas por nuestro propio uso. ¿Quién no ha leído alguna vez un libro acompañándose de un delicioso bocata? Esa era mi parte favorita del día cuando descubrí el placer de leer. Las consecuencias de esa, por otro lado, muy buena costumbre, están hoy presentes en las páginas de muchos de mis libros favoritos (y, siento decirlo, seguro que en muchos de la biblioteca).

Sin llegar al extremo de manchas de nocilla, chocolate, embutido, etc… lo habitual es encontrarnos manchas de grasa, desprendidas de los dedos de los usuarios. Ese sudor de nuestras manos es muy ácido, y lo que en principio no se nota, con el paso de los años, de los siglos, se convierte en nítidas huelas dactilares, oscurecidas por el paso del tiempo e imposibles de retirar salvo con activos blanqueantes.
De ahí el necesario uso de guantes en los archivos y bibliotecas con los documentos de mayor relevancia.

Restos de la pintura de la pared en la esquina de una obra gráfica

Aquí ya nos adentramos en otro campo distinto, mucho más complejo de explicar… intentaré resumirlo de una forma sencilla. Tenemos manchas llamadas de origen físico-químico, es decir, originadas por unos agentes que producen una reacciones a nivel químico en nuestro papel. No son simplemente partículas del aire que aterrizan en el papel o un graffiti curioso que nos podemos encontrar en un momento dado; o un borrón de tinta china, o una mancha de la pared en la que estaba una obra gráfica de la que nos habíamos olvidado…

Moteado de origen físico-químico, posible foxing

Son manchas que, como las producidas por los hongos y bacterias o por la acidez de nuestro sudor, afectan al papel desde un punto de vista más profundo: a nivel químico, a la estructura interna, molecular, de nuestros documentos.

Hablamos de manchas producidas por la fotoxidación de una -por ejemplo- acuarela expuesta a la radiación solar; de manchas resultado de las partículas metálicas que forman parte de la estructura de muchas obras en papel (y que, unidas a una acción biológica de algún tipo de hongo, producen el llamado foxing… o esa es, hasta ahora, la explicación más oficial de este raro y frecuente fenómeno), y que conforman un moteado pardo característico en muchos libros; de manchas producidas por la corrosión de grapas o por la oxidación de los adhesivos utilizados en el montaje de las encuadernaciones; de manchas producidas por corrosión de las peligrosas tintas metaloácidas utilizadas en casi toda la historia documental; de manchas, incluso, producidas por detritus de insectos (u otros animales de mayor tamaño)…o la propia descomposición de sus cuerpos sin vida.

Restos de un pobre arácnido sepultado entre las hojas de un volumen

Porque sí, durante la limpieza de los documentos, y entre las partículas que retiramos, nos podemos encontrar restos de todo tipo. La primera documentación que restauré tenía, entre sus páginas, restos de arena de playa debido a la ubicación del viejo archivo cerca del mar. Esos restos se mezclaban con partículas sueltas de la corrosión de las tintas metaloácidas, también presentes en otros libros; tras retirarlas, se llegó a formar un montoncito considerable de polvillo metálico.

Partículas metálicas desprendidas de las tintas

Soy consciente de que no he entrado a describir de una forma precisa todos los deterioros, pero con este post sólo pretendo divulgar, de nuevo, la complejidad y la relevancia que implica sólo el dar origen a las manchas de nuestros documentos para su correcto tratamiento. Es todo un mundo variado, complejo y en constante cambio y revisión.

Hoy padecemos un auténtico “síndrome” de etiquetar todo a la primera, y a veces no es posible: requiere mirarlo desde varios puntos de vista. Del mismo modo que no hay dos personas iguales, no hay dos obras iguales.

A lo largo de su vida, cada una ha pasado por diferentes manos, ha sufrido distintas “micro” visitas, diferentes partículas han decidido posarse en ellos, y han recibido una diferente ración de humedad, que se suma a la distinta composición de su papel, piel, cartón, tela, adhesivos, tintas…
Son un mundo fascinante, lleno de historia y de datos que debemos respetar al máximo, tratando sólo esas manchas cuando peligre realmente el futuro de la obra, y/o (si es el caso) cuando lo demande la estética de una obra de arte. El restaurador siempre piensa, antes de intervenir, qué es lo mejor para cada obra.

Casi siempre las manchas seguirán en su lugar, pero el papel será más fuerte para poder llevar el peso de su historia.

Dedicado a mi amiga Sonia.