¿Invisibles?

Hoy toca uno de mis temas favoritos… que necesariamente he de abordar de forma breve, y por tanto limitada. Es sólo un acercamiento a este microscópico mundo, silencioso e importantísimo para la conservación de nuestro patrimonio.

Quizá conviene introducirlo -aunque parezca fuera de lugar- reclamando que en la educación se eliminen los compartimentos estancos de formación, y también que desde los primeros años se estimule el aspecto más práctico de las enseñanzas científicas. Siempre me sentí muy atraída por las asignaturas de humanidades, pero cuando llegué a Restauración de Bienes Culturales y tuve que amoldarme a unos estudios eminentemente interdisciplinares, me di cuenta hasta qué punto mi camino quedó sellado -y en lo que respecta a los conocimientos deliberadamente empobrecido-, cuando en un momento de mi trayectoria educativa tuve que elegir entre “letras” o “ciencias puras”.

Después de años estudiando con entusiasmo científico la forma y significado en documentos en Paleografía y Diplomática, resulta que cuando tengo entre mis manos un microscopio donde puedo ver en todo su esplendor las consecuencias de un ataque fúngico, descubro que siento la mismpa pasión por el mundo de la biología y de los análisis químicos. De lo que se concluye que, si uno tiene espíritu crítico, y quiere encontrar los “por qués” de las cosas, debe caminar indefectiblemente de la mano de esas dos (al menos dos) directrices que el sistema educativo obliga a escoger.

hongos sobre un melocotón
Nuestro melocotón olvidado.

Pero mejor comencemos con nuestros amigos invisibles. ¿Invisibles? Realmente no, y desde luego NUNCA, si vives en una zona costera o con altos índices de Humedad Relativa.  Si uno en Asturias decide olvidar por tiempo indefinido un melocotón en el frutero, lo que puede encontrarse al cabo de varios días seguro que hasta nos saluda. 🙂

Pero, realmente, ¿qué son? Y más que eso, ¿por qué ese festival de colores, texturas y desoladora destrucción a su paso?

Quizá lo que más pueda sorprender -eso me han dicho muchas veces- es que crezcan con tanta virulencia en el papel y en las encuadernaciones de piel de los libros. ¿Por qué les gusta tanto? Nosotros, como humanos, podemos entender que la tortilla que se nos ha olvidado en el frigorífico la encuentren deliciosa, pero… ¿papel? Claro, los microorganismos tienen otras prioridades culinarias. Si nosotros vemos huevo y patata, ellos ven al detalle todos los nutrientes que contienen. Están en otro mundo microscópico que nuestros limitados ojos no pueden ver. Y a ellos les encanta lo que contiene el papel, y si además les colocamos en un entorno singularmente húmedo y con calorcito, es como si a nosotros nos tocaran unas vacaciones en Hawai.

Intenso ataque fúngico en un importante documento del siglo XVIII

Voy a evitar entrar en terminología muy compleja que haga interminable esta entrada, pero fijaros: entre las bacterias cuyo menú favorito son los libros, documentos, fotografías, mapas… tenemos bacterias que se llaman: celulolíticas, proteolíticas o amilolíticas, por ejemplo. Éstas poseen enzimas específicas que les ayudan a degradar los nutrientes que encuentran en nuestro patrimonio, alimentándose de ellos. Es decir: que algunas prefieren las proteínas que encuentran en una encuadernación de piel de becerro del siglo XVII, otras el almidón que se utilizó para elaborar el engrudo que utilizó el encuadernador para unir esa misma piel a las cubiertas, mientras que otras corren en busca de la celulosa del papel del interior del libro.

¿Y los hongos? No hablamos de sus hermanos mayores, sino de lo que popularmente conocemos como “moho”. Estos resistentes organismos también están distribuidos por todo tipo de hábitats. Están acostumbrados a sobrevivir dentro de las condiciones más extremas, esperando tiempos mejores. Si nosotros nos construimos búnqueres para salvaguardarnos de nuestras propias guerras, ellos se conservan en forma de esporasaguardando a que el entorno sea más propicio.

Hongos desarrollados en un documento del siglo XIX

En todo caso, a los hongos los solemos reconocer con facilidad quizá por ese rápido crecimiento en los alimentos que conservamos en nuestras casas, por ejemplo. Volviendo al caso del melocotón olvidado, es muy probable que en ese tiempo presente un aspecto esponjoso, lleno de micro-ramitas a las que sólo les falta salir una pequeña flor… Ese hongo ya lleva un tiempo preparado para reproducirse. Y ese mismo aspecto amenazador se encuentra en el papel y en las encuadernaciones, porque al igual que el caso de las bacterias, tenemos hongos celulolíticos, proteolíticos… con las preferencias culinarias descritas anteriormente.

Proliferación de colores tras un ataque fúngico

En las fotografías que adjunto, podemos ver algunos de los efectos de la acción de estos activos organismos. Fijaros en el variado colorido y detalle que presentan esas manchas. Ni la Gestalt era tan ocurrente. Como veis, tienden a aparecer primero por los márgenes exteriores de los documentos y los libros: aquellas zonas donde antes se absorbe la humedad y donde hay más oxígeno.

Nuestros hongos, ya conformados en plena posición de ataque fúngico, se adhieren firmemente al sustrato aprovechando que la temperatura, la humedad, y el pH son los más adecuados para su tipología. Aprovechan esa misma humedad para degradar nuestro papel, el encolado que lo recubre y, si es de su gusto, la piel de la cubierta, enviando las enzimas de las que disponen y que permiten degradar las moléculas del sustrato y hacerlas digeribles. Durante este proceso, emiten ácidos y esos pigmentos que nos hacen detectar su presencia.

Y todo ello conlleva, por supuesto, la descomposición paulatina de nuestros documentos, libros… y si no hacemos algo rápido, toda su información, y toda su belleza. Es irreversible: pensemos que se están alimentando de los materiales que los componen y todo lo que se han llevado no se puede recuperar. Por ello es fundamental cuidar nuestro patrimonio y evitar que lleguen a colonizarlo y a alimentarse de él.

En los archivos se conocen de sobra las medidas suficientes para evitar estas tremendas consecuencias. Lo difícil es siempre que se invierta económicamente para poder evitar ese deterioro. Una HR superior al 65% y una temperatura de 20 ºC son suficientes para que hongos y bacterias estén en su elemento -como podemos ver en nuestras casas- pero que degraden el papel y las cubiertas de nuestros libros no es tan fácil. Necesitan que los olvidemos. Si nuestra documentación estuviese en un sitio adecuado, es decir: con una ventilación suficiente, limpieza escrupulosa, sin graves oscilaciones de temperatura y con un mínimo control de la humedad, mucho del deterioro que hoy padecemos no se produciría.

Pergamino: manchas, endurecimiento, pérdidas de soporte...

O por lo menos se detectaría a tiempo.

Y es altamente peligroso, no sólo para la documentación, sino para quien la manipula: sus usuarios (que podemos ser cualquiera, porque dentro de esa documentación se encuentra información sobre nuestro pasado, herencias, lindes, propiedades…) y los propios archiveros, que se exponen de forma constante a la posibilidad de entrar en contacto con infecciones tan peligrosas como la producida por el Aspergillus, por desgracia de sobra conocido. Consultar y archivar las obras con guantes de látex y mascarilla no siempre es posible. En algunas localidades es una necesidad perentoria que se va aplazando y que puede llegar a alcanzar hasta niveles nefastos de salubridad. Todos hemos visto en la prensa alguna vez la imagen de algún archivo olvidado en lo más alto de la más alta torre, o en el más profundo de los sótanos.

Desinfección puntual mediante Book Saver

Nos falta planificación y racionalización: una adecuada intervención, aislando las obras infectadas de las sanas, y desinfectando paulatinamente las que lo precisen, siempre es más asquible que olvidarlas y querer recuperarlas cuando, muchas veces, ya es demasiado tarde. Hoy, pagamos también en nuestro patrimonio documental las consecuencias de la crisis. Nuestro historia documental se pudre, sería un buen titular. Es sin duda el gran olvidado a nivel cultural. Y sin embargo, además de su evidente cualidad estética, de su gran valor histórico y artístico, hay que unir una facultad importantísima: su utilidad informativa.

Algunos pequeños ayuntamientos -como los responsables de las obras que presento restauradas-, con menos recursos que otros, han invertido mucho en patrimonio documental, siempre bajo el impulso de los que más contacto tienen con él: los archiveros. Son una pieza fundamental para poder abordar estos proyectos.

Y por ellos -por su salud- y la necesidad de conocer lo que sucede, espero de corazón que en el próximo litigio importante sobre lindes entre comarcas, o sobre una importante herencia patrimonial, el importante usuario se encuentre con un documento como el que presento a continuación:

Porque quizá, entonces, nuestro patrimonio documental ocupe el lugar que merece.

¿Invisibles? El reino fungi es el que nos dice, a través de su colorido, que no miramos de forma suficiente a nuestro patrimonio.

Bibliografía recomendada:

TACÓN CLAVAÍN, Javier. La conservación en archivos y bibliotecas : prevención y protección Ollero y Ramos, Madrid, 2008.

VV.AA. La biología en la restauración . Nerea, IAPH, 2000

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