La historia del arte nos dice que los artistas lucharon porque su profesión fuese considerada intelectual. Quisieron que su actividad se alejase de los gremios, que las ideas prevaleciesen sobre el soporte, que el intelecto primase sobre el trabajo de las manos. Quisieron que su actividad fuese noble.
Detrás de esa bella historia hay en realidad razones más prosaicas relacionadas con el pago de impuestos, pero también hay un mucho de orgullo y de amor propio. No es de extrañar, por cuanto eran admirados por aquellos que les pagaban; llamados al nivel del genio y del “creador” llegando el Renacimiento… para luego ser agraviados con figurar como simples artesanos al nivel de profesiones peor consideradas socialmente. Oh, sí, el gran Miguel Ángel es un maestro. Pero trabaja con las manos, como un simple curtidor… o encuadernador. 😉 Ilustremos esto con el momento de El
tormento y el éxtasis de Carol Reed, cuando el papa Julio II (Rex Harrison) descarga su rabia a bastonazos sobre el pobre Michelangelo (Charlton Heston).
Bastante se iban a imaginar estos grandes que el arte podría llegar a ser considerado algo completamente diferente de la artesanía. Que incluso parte del gran público llegaría a dejar de admirar el arte por “no entenderlo” (si bien admirar el parecido realista de un retrato es sin duda un deleite estético, pero no necesariamente comprensión…). O que las artesanías llegarían a ser algo extinto, que los gremios desaperecerían de la faz de la tierra, y que muchos artesanos sólo podrían soñar con vivir de su obra.
Con el paso de los siglos, la evolución dentro de una sociedad técnica y completamente embebida en las reglas del mercado occidental ha hecho que el tiempo pase casi sin darnos cuenta; casi todo lo que compramos lo hacemos de forma masificada, sin pararnos a pensar en el valor de las cosas. Tanto es así, que parece estarse generando una sensación de pérdida tal que sentimos la vuelta a la necesidad de dos cosas al menos: de admirar el trabajo profesional, y de hacer aquello por lo que los grandes lucharon por pasar a un segundo plano: utilizar nuestras manos.
Nuestras manos han nacido para obedecer a nuestra mente, y la creatividad pide conectarse con la realidad a través de ellas. Por eso no es nada raro el “boom” que las actividades artesanales están viviendo ya desde hace algunos años, a través de actividades de tiempo libre, por ejemplo, o comprando en mercados virtuales o reales. En muchos países está completamente embebido dentro de la impaciencia por el consumo (de lo cual la propia artesanía también puede resentirse, por cuanto es la antítesis de lo “inmediato”); pero en otros, como el nuestro, aún es algo exótico, suscrito a los círculos de los barrios históricos o las ferias.
Así que hoy, con la posible recuperación de los oficios artesanos y con su revisión y admiración por los vestigios de su pasado, surge de nuevo la pregunta: ¿Qué diferencia hay entre artesanía y arte? Este es un debate inicial en cualquier facultad de historia y de bellas artes. Admite muchas respuestas y discusiones, pero es tan difícil de definir como el propio término “arte”.
Así pues, quizá debemos dejar la polémica pregunta flotar en el aire y jugar con esos presuntos límites que los grandes artistas del pasado se esforzaron por levantar.
Juguemos y disfrutemos de las transgresiones a la norma que implican en encuadernación los libros de artista, las licencias de muchos artesanos encuadernadores, o las iniciativas de un sencillo grupo de encuadernación que disfruta con su primer diario en tapa suelta.
Sintámonos creadores un ratito, sintámonos artesanos. Paremos el tiempo. Pensar y crear, crear y pensar.
Un texto muy inspirador 🙂
¡Muchas gracias por pasarte y leer, Judith! 🙂