Luz transmitida
Luz transmitida en un papel infectado por ataque fúngico

Cuando alguien entra por primera vez en los centros donde se estudia restauración de obras de arte, de alguna manera siente como si se sumergiera en alguna de esas series de televisión sobre forenses e investigadores de crímenes en donde se trabaja con una imbricada serie de procedimientos y maquinaria de laboratorio. Sí, CSI y similares… Porque allí teníamos todo un instrumental a nuestra disposición para poder realizar los pertinentes análisis previos a cualquier intervención, y los procedimientos nos lo recordaban. Qué decir del “atrezzo” final de las necesarias batas…
Lógicamente, en los talleres privados no se suele disponer de toda la maquinaria para estos menesteres. Sería una inversión terrible que pocos pueden permitirse.
Pero los restauradores que tenemos pequeños talleres sí podemos realizar una mínima inversión que nos permite trabajar en nuestras obras con la suficiente seguridad.

Para empezar, el primer, básico y más preciado instrumental que el restaurador tiene son… sus ojos. Esos muchas veces maltratados ojos son la base para cualquier tipo de analítica previa, sin más. No es broma: lo primero son los análisis organolépticos sobre el objeto. Esa exhaustiva observación que nos da los datos que comenté en el anterior post sobre las características del papel artesanal, y que muchas veces realizamos ayudándonos de algún tipo de lente de aumento. Las propias fotos con una buena cámara en macro nos dan una excelente información. Dentro de ello, tomamos todo tipo de medidas al documento, entre las cuales se encuentra el grosor del papel mediante la ayuda de un espesímetro. Pero también aprovechamos para tomar los datos de todas aquellas degradaciones que vemos: desgarros, deterioros físico-químicos, pérdidas de soporte producidas por insectos…

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Luz rasante sobre un sello en seco. Podemos apreciar mejor su relieve, así como la textura y las dobleces del papel

En todo caso, en este procedimiento juega un papel fundamental la luz: utilizamos luz rasante para ver cualquier tipo de irregularidad, daños mecánicos como dobleces, arrugas, defectos de fabricación, relieves de sellos… Utilizamos luz transmitida para analizar, por ejemplo, las filigranas, el estado de las tintas, la intensidad de las manchas, etc. Sobra decir que la luz utilizada para estos análisis debe ser fría: no debe transmitir calor al documento, especialmente cuando esta luz transmitida forma parte ya de muchos de los procesos de restauración, utilizándose de forma necesaria para realizar injertos de papel, por ejemplo. Cualquiera que se dedique al diseño ha utilizado alguna vez este tipo de luz, y cualquiera que haya sido niño ha usado la ventana de su casa para calcar un dibujo. Luz transmitida: visto así, la sofisticación del término se reduce unos enteros.

Luego, ya entramos en otro campo más específico. Observamos y tomamos datos sobre la dirección de fibras del papel. Porque los papeles fabricados de forma mecánica tienen una dirección de fibras que hace que doblen (o se rasguen) mejor en una dirección que en otra, ¿lo sabían? Prueben a hacerlo con uno de sus folios, de sencillo papel de oficina. Lo verán. Algo más complejo son los análisis de fibras… Mmm, aquí entran ya nombres raros, “reactivos”, que aplicados a muestras de papel nos dicen si es de buena calidad o no. No entremos en ello. Dentro de este complejo mundo de laboratorio, también realizamos análisis de tintas.

En este sentido, cobran una importancia trascendental  las pruebas de

Tintas metaloácidas sobre luz transmitida.

solubilidad de tintas y pigmentos, tomando como parte de la prueba aquellos disolventes que vayamos a utilizar durante el tratamiento (por ejemplo, tan sencillo como el agua o etanol). Es aquí donde el estudiante recién llegado al mundo de restauración pasa su primera prueba: cómo fabricarse un hisopo con un palito y un trozo de algodón. Ojalá todo fuese tan sencillo… 😉 Porque ésta es una prueba delicadísima, especialmente si no se intuye al menos la composición de las tintas. Pero es fundamental. Hay veces que tras el análisis organoléptico podríamos jurar sobre lo más sagrado que sabemos perfectamente qué tipo de tinta tenemos entre manos… Es lo mismo. Siempre se realiza por protocolo. El corazón del profesional latirá a un ritmo más cercano a lo normal cuando someta al documento al baño de un disolvente.

Recuerdo uno de los últimos documentos que llegó a mis manos: había pasado por la lavadora y las tintas estaban en un relativo buen estado, superando esa durísima prueba. Pero aún así “sufrieron” repetidas veces la prueba del hisopo. Por si las moscas.

Otra prueba necesaria es la medición del pH, que nos da la “acidez” del papel. Explicar lo que esto significa de forma científica supondría dedicarle varios post, pero bien puede decirse (de una manera muy general) que es un indicador de la buena o mala calidad del papel (resistencia al envejecimiento) o de lo que éste ha podido sufrir (acosado por tintas metaloácidas o adherido a un segundo soporte de mala calidad, por ejemplo). Es decir: un papel de mala calidad será más ácido (tendrá un pH menor de 7 en disolución acuosa)  y por tanto más frágil, así como un papel infectado por hongos suele tener un grado mayor de acidez en esas zonas.  Esto nos indica también si esa obra debe someterse o no a un tratamiento de desacidificación, que le permita resistir un tiempo más a su adverso destino.

Éstas pueden considerarse las principales pruebas que se realizan en un taller de restauración documental. En todo caso, no acaban aquí. Durante todo el proceso de trabajo se siguen haciendo fotografías, revisiones, descubrimientos, comprobaciones, toma de muestras… No finalizan hasta que no se entrega la obra.

Y luego, en el informe final, tendrán un protagonismo relativamente pequeño, cuando han sido las protagonistas y las responsables de que todo pudiese llegar a buen puerto…

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